martes, 3 de abril de 2012

Poesías de la Guerra Civil Española



Poesías de la Guerra Civil Española

La muerte del niño herido
Otra vez en la noche...Es el martillo
de la fiebre en las sienes vendadas
del niño. _Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
_Duerme, hijo mío_. Y la manta oprime
la madre junto al lecho. _¡Oh, flor de fuego1
¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre de la ciudad sombría.
Invisible avión moscordonea.
_¿Duermes, oh dulce flor del alma mía?
El cristal del balcón repiquetea.
_Oh, fría, fría, fría, fría!


Antonio Machado




Se ven pobres mujeres que corren por las calles 
como bultos o espanto entre la niebla.
Las casas contraídas,
las casas rotas, salpicadas de sangre:

las habitaciones donde un grito quedó temblando,
donde la nada estalló de repente, 
polvo lívido de paredes flotantes
asoman su fantasma pasado por la muerte.
Miradlas. Como gajos
se abrieron en la noche bajo la luz terrible.
Niños dormían, blancos en su oscuro lecho.
Niños nacidos con rumor a vida.
Niños o blandos cuerpos ofrecidos
que, callados los vientos, descansaban.
Las mujeres corrieron.
Por las ventanas salpicó la sangre
¿Quién vio, quién vio un bracito
 
salir roto en la noche
con luz de sangre o estrella apuñalada?
¿ Quién vio la sangre niña
En mil gotas gritando:
¡crimen, crimen!,
alzada hasta los cielos
como un puñito inmenso, clamoroso?
Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,
el inocente vientre que respira:
 
la metralla, la súbita serpiente,
muerte estrellada para su martirio.
Ríos de niños muertos van buscando
un destino final, un mundo alto.
Bajo la luz de la luna se vieron
las hediondas aves de la muerte:
aviones ,motores ,buitres oscuros cuyo plumaje encierra
la destrucción de la carne que late,
la horrible muerte a pedazos que palpitan
y esa voz de las víctimas,
 
rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido.
Todos la oímos.
Los niños han gritado.
Su voz está sonando.
¿No oís? Suena en lo oscuro.
Suena en la luz. Suena en las calles.
Todas las casas gritan.
Pasáis, y de esa ventana rota. Sale un grito de muerte
Seguís. De ese hueco sin puerta
sale una sangre y grita.
Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados
gritan ,gritan.  Son niños que murieron.
Por la ciudad, gritando,
un río pasa: un río clamoroso de dolor que no acaba.
No lo miréis; sentidlo.
Pequeños corazones,
pechos difuntos,
caritas destrozadas.
No los miréis; oídlos.
Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.
 Sube y sube y nos llama.
La ciudad anegada se alza por los tejados y alza un brazo terrible.
 Un solo brazo. Mutilación heroica de la ciudad o su pecho.
Un puño clamoroso,rojo de sangre libre, 
que la ciudad esgrime, iracunda ,y
 dispara.














              Vicente Aleixandre










Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,

saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.

Ante la aurora veo surgir las manos puras
de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.

Endurecidamente pobladas de sudores,
retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.

Conducen herrerías, azadas y telares,
muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.

Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.

Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.

Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.

No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.

Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.

Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.

¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.

Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.
Miguel Hernández











ESPAÑA EN EL CORAZÓN
Preguntaréis: Y dónde están las lilas? 
Y la metafísica cubierta de amapolas?
 
Y la lluvia que a menudo golpeaba
 
sus palabras llenándolas
 
de agujeros y pájaros?
 
Os voy a contar todo lo que me pasa. 
Yo vivía en un barrio
 
de Madrid, con campanas,
 
con relojes, con árboles.
 
Desde allí se veía 
el rostro seco de Castilla
 
como un océano de cuero.
 
Mi casa era llamada
 
la casa de las flores, porque por todas partes
 
estallaban geranios: era
 
una bella casa
 
con perros y chiquillos.
 
Raúl, te acuerdas?
 
Te acuerdas, Rafael?
 
Federico, te acuerdas
 
debajo de la tierra,
 
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
 
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
 
Hermano, hermano!
 
Todo
 
eran grandes voces, sal de mercaderías,
 
aglomeraciones de pan palpitante,
 
mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
 
como un tintero pálido entre las merluzas:
 
el aceite llegaba a las cucharas,
 
un profundo latido
 
de pies y manos llenaba las calles,
 
metros, litros, esencia
 
aguda de la vida,
 
pescados hacinados,
 
contextura de techos con sol frío en el cual
 
la flecha se fatiga,
 
delirante marfil fino de las patatas, 
tomates repetidos hasta el mar.


Pablo Neruda

No hay comentarios:

Publicar un comentario